Teoría literaria

 

A modo de disculpa y advertencia

Esta suerte de epílogo se ofrece al lector siguiendo el criterio de los editores de completar cada libro de cuentos con una coda estimativa, por parte del autor, acerca de género que cultiva, y de un resumen informativo y bibliográfico. Me permito esta aclaración para que no se vean mis palabras como el fruto de una autónoma egolatría. Si mis cuentos coinciden, más o menos, con los criterios de mi personal preceptiva sobre el género «cuento literario», eso no los hace mejores ni peores. La calidad de una obra no la otorga la sujeción a una estética o técnica determinadas, sino el valor que el lector, la crítica y el tiempo quieran concederle. Ahora bien, toda teorización sobre el cuento literario -cuyos límites y territorios son sumamente imprecisos- me parece útil y necesaria. Y en este sentido reproduzco, con algunas variantes, lo que ya escribí en la revista Atlántico (N.º 3 «Casa Americana». Madrid, 1956), no con la pretensión de haber hallado la verdad, pero sí con la seguridad de establecer, por lo menos, unos criterios razonables.

 

Mi concepción de cuento literario, y una definición

Dar el nombre de cuento a una producción literaria que comprenda un número reducido de páginas resulta impreciso e inexacto. El cuento, evidentemente, no es un mero hecho cuantitativo. Esa convicción de que un cuento queda definido por la brevedad del texto, ha dado lugar a una amplísima nebulosa conceptual que acoge en su seno maternal al poema en prosa, al apunte costumbrista, a la narración, a la parábola didáctica y a otros muchos géneros que en definitiva no suponen ni exigen dos de los aspectos más genuinos y definitorios del auténtico cuento: la unidad intencional y el final como cristalización de una finalidad.

El cuento no es el artificio que resulta de acortar un tema o escribirlo con brevedad. El cuento es necesariamente corto por razón de su misma precisión interna de ser cuento. El cuento literario resume la actitud dinámica, sintetizadora y llena de rigurosa exigencia del autor que intenta producir un efecto emotivo e intelectual, crear un estado de conciencia y, en definitiva, recrear nuestra vivencia existencial mediante un organismo narrativo en el que todo se halla potenciado.

Saber acabar un cuento es poseer argumental e intencionalmente el cuento entero. Es más, la unidad del cuento depende de la proporción que existe entre el planteamiento y su final. En el cuento se producen un flujo y un reflujo rapidísimos. Un flujo que recorre las playas emocionales e imaginativas del lector: es la corriente que nos conduce al final. Viene luego un reflujo, nacido de este mismo final, que invita a nuestro intelecto a recorrer en sentido inverso todo lo leído: es decir, a meditarlo, a integrarlo, a la luz reveladora de este final. O sea, que solamente a partir del final halla perfecta aclaración y sentido todo lo expuesto anteriormente. Atendiendo a esta idea, el cuento podría definirse como un texto preferentemente breve, de contenido expectante, cuya acción se intensifica y aclara en su mismo desenlace.

Esta definición no es tan rígida como parece. En realidad es amplia y poco limitativa. La acuñamos, en tiempos del «Premio Leopoldo Alas» (1954-1969), Manuel Pla, Enrique Badosa y el que esto escribe. No fue un apriorismo teórico, sino el resultado de comprobar lo que en común tenían los cuentos que más nos gustaron. La experiencia muestra que los mejores cuentos suelen responder a esta definición.

 

La sorpresa final como medio literario e incisivo medio de conocimiento

El escritor de cuentos se halla, por la misma exigencia del género así concebido, ante un problema complejo y sutil. Aparte de su técnica narrativa y de su capacidad creacional y estilística, el cuento le reclama que sea ingenioso. El cuento no es una mera ingeniosidad, pero el escritor de cuentos ha de tener ingenio. Un escritor de cuentos dotado solamente de ingenio puede resultar intrascendente o superficial, pero un escritor de cuentos sin ingenio -agudeza e inspiración en concebir, relacionar y resolver una cuestión- nunca será un cuentista afortunado. El ingenio del escritor de cuentos consiste, sobre todo, en sorprender al lector con una revelación imprevista, un descubrimiento inesperado y luminoso que no supongan arbitrariedad ni engaño.

El final sorpresa, como ya había observado Poe, es uno de los más apropiados y que mejor sirven a las exigencias estructurales del cuento. Encierra tanta dificultad la sorpresa final y es a la vez tan reveladora, que los mejores cuentistas de la literatura universal se han servido de ella. Acuden sin esfuerzo a la memoria el «Sachem», de Sienkewickz; «Natura», de Narcis Oller; las mejores producciones de Villiers de l’IsleAdam; «Los caballeros del Día de Acción de Gracias», de O. Henry; «El cine de Edgware Road», de Graham Greene, o «La casa», de André Maurois. Cito ejemplos elegidos al azar del recuerdo inmediato. No trato de establecer una selección de calidad.

Quede claro que al decir «sorpresa» suponemos una brusca revelación, trascendente en relación a lo narrado y perfectamente lógica y necesaria. Que la síntesis emocional, el trampolín a lo simbólico, a lo intencional o a lo significativo, que la precisión anecdótica y conceptual de una narración breve se hallen condensadas en esta sacudida final, es índice de algo más que de una mera habilidad: es el sello inconfundible del escritor que concibe y crea como cuentista.

La sorpresa final indica una fértil imaginación creadora totalmente específica del escritor de cuentos. Es imposible que un cuento con una apropiada sorpresa final se olvide fácilmente. La sorpresa final no es un engaño al lector. No es un artilugio gratuito. La sorpresa constituye la comunicación incisiva de una verdad que no acertábamos a comprender. Hay tanta diferencia entre engaño y sorpresa como entre contradicción y paradoja. La legítima sorpresa, lejos de ser una frivolidad, es un compromiso. No es un modo de resolver un cuento, sino el modo de decir, de expresar un cuento: es el cuento mismo. Si la literatura es medio de conocimiento, la genuina sorpresa final es un medio que, en eficacia, se aproxima a la poesía.

Lo importante, con todo, es la unidad intencional del cuento. Y si enfatizo la importancia de la sorpresa final, lo hago en la medida que supone una forma muy enérgica de lograr este propósito. Conviene, pues, insistir en que la sorpresa final constituye un medio idóneo para lograr un buen cuento, pero nunca es un fin en sí misma. El verdadero fin del cuento es obtener la unidad intencional, la manera concisa de cerrar el círculo, de revelarnos algo. Cuando una narración breve busca y halla la forma de cristalizar un sentido, un propósito, esta narración se ha transmutado en cuento.

La coherencia final, siempre exigible, puede darse también sin necesidad de sorpresa alguna, y obtener su efecto gracias al acierto de la forma artística, de la persuasión estilística. Basta recordar, por ejemplo, «¡Adiós, Cordera!» o «El dúo de la tos», de Leopoldo Alas. Igualmente, si existe un final unificador del que dependa el sentido total de lo narrado, el «efecto cuento» puede producirse incluso en la novela corta.

 

Final abierto y final cerrado

Tanto el uno como el otro son indicados para conseguir un propósito intencional y, por consiguiente, resultan pertinentes como forma de concluir un cuento. El final abierto puede ser una manera indicadísima de cerrarlo. Es decir, constituirse en el medio necesario para lograr el mejor efecto, para conseguir con mayor rigor lógico y artístico la finalidad intencional que se propone el autor. La ambigüedad, la incertidumbre, la interrogación forman, y de qué modo, parte del humano vivir. Su presencia, como imprecisa conclusión, puede dejar abierto el final del cuento, pero por el hecho de acabado de una manera artística y técnicamente indicada lo cierran igualmente. Para poner un corpus vile citaré mi cuento «El presidente». En él traté de expresar de forma parabólica la imposibilidad de alcanzar la seguridad y la esperanza humanas depositándolas en la existencia de un personaje mitificado. El propio personaje era a su vez un símbolo polivalente. La conclusión angustiosa, sin posible solución, reclamaba un final abierto. O sea, el final puede ser abierto, pero ha de ser final.

 

Idiosincrasia creadora

Mi labor de creación narrativa se ha manifestado únicamente mediante el cuento. Soy, pues, un exclusivo escritor de cuentos. Si no poseo previamente un final que me satisfaga, no soy capaz de escribir, por buena que me parezca la idea inicial. Me es indispensable controlar de antemano la trama argumental; es decir, tener ensambladas todas las piezas del esqueleto. A partir de aquí, éste reclamará la carne literaria apropiada a su estructura íntima. La forma dependerá de lo que el argumento exija. Nunca estoy totalmente seguro de los aciertos estilísticos que pueda alcanzar. En todo caso, el estilo tratará -y en ello hay gozo y sufrimiento- de llevar al ánimo del lector, con la mayor plasticidad posible, lo que trato de narrarle.

Desconfío de los cuentos en los que todo es pura forma. Según creo, aun aceptando su belleza, no suelen encajar en el tipo de género que cultivo y defiendo. Constituyen páginas para ser leídas, no para ser contadas. Pueden emocionar, pero su contenido no permanece en la memoria, y su transmisión a los demás es prácticamente imposible porque la belleza formal no es explicable. Para mí, un auténtico cuento, el que permanece casi siempre en la memoria como un amigo inseparable, es el que puede ser contado. No es necesario aclarar que hablamos de cuento literario, o sea de forma y fondo. Si a un cuento bien estructurado le falla el estilo, fracasa como obra artística, y por tanto fracasa también como cuento. En estos escollos residen la peripecia del escritor, sus dudas, la incertidumbre sobre el valor de su propia obra y los cíclicos vaivenes en los que se agrada a sí mismo o se aborrece. Aclararé también que yo no pienso en absoluto que mis cuentos siempre se ajusten, victoriosos, a estos paradigmas desiderativos que vengo exponiendo. Nada de eso. Una cosa es lo que opino sobre el género del que trato, y otra muy distinta lo que realmente consigo crear.

Finalmente, estimo que el diálogo y el humor son excelentes medios expresivos que contribuyen a facilitar la lectura. Es tarea indispensable y una gentileza para el lector, tratar de ser divertido. Entendiendo, como Chesterton, que lo divertido no es lo contrario de serio, sino lo contrario de aburrido y nada más.

 

Actualidad del cuento español

Una extensa referencia sobre el cuento español en los años 50 y 60 la puede hallar el lector en mi trabajo sobre el «Premio Leopoldo Alas», aparecido en el n.º 1 de la revista Lucanor. La mayoría de los nombres allí citados siguen afortunadamente vigentes. Recordemos, como ejemplo, a Lauro Olmo, Jorge Ferrer-Vidal, Ana María Matute, Víctor Mora, Angel Palomino, Manuel Valdés, Antonio Pereira, Meliano Peraile, Medardo Fraile… Sería prolijo, y siempre encerraría la injusticia de algún inevitable olvido, tratar de establecer un elenco completo. Acéptese, pues, lo apuntado como nota indicativa y de homenaje a todos nuestros escritores de cuentos. La «Hucha de Plata», en sus veinticinco años de existencia, ha volteado el nombre de casi todos los que, en un momento u otro, hemos escrito cuentos. Lástima que la publicación de los cuentos premiados no tenga casi difusión. En Cataluña, además de la figura excepcional y veterana de Pere Calders, cabe contar con escritores de cuentos de fuerte y original personalidad como Carme Riera, Cristina Fernández-Cubas, Montserrat Roig, Pedro Zarraluki, Jordi Sarsanedas…

Diré que pocos son los autores que se adscriben a la estética que yo defiendo. Abunda el cuento «light», abominable palabra muy a tono para designar un subgénero por el que no experimento la menor simpatía. Se trata, casi siempre, de un corto número de páginas que apoyan su andadura literaria en lo sugerente, en un impresionismo de inciertos contornos y en un vago contenido que pretende alcanzar abismos de profundidad gracias a la fascinación de lo oscuro. El lector, si es que puede, acaba por ser el autor del pretendido cuento, cuando osa interpretarlo como lo haría con las láminas del test de Rorschach.

Por último, citar a dos auténticos cuentistas, por desgracia desaparecidos, y cuya obra convendría revalorizar. Me refiero a Carmela V. de Saint-Martin y a Manuel San Martín.

 

Repertorio de todos mis cuentos publicados

a) En volumen

En Aljaba (1.ª edición: Ed. Rocas. Barcelona, 1958.2.ª edición: Ed. PlazaJanés. Barcelona, 1977. Prólogo de Enrique Badosa): «Náufragos» (La balsa, abandonada…/…tan difícil morir) «La carrera» (La vejez de las cosas entristece./ No quiero clientes que paguen en especia) «Clara en el cuarto obscuro» (¡Silencio! / Tenía razón) «La asombrada alegría de la Nochebuena» (Los polvos de talco se posaban blandamente…/…ocultando la asombrada alegría de la Nochebuena) «El parque la tarde y el otoño» (Caminaba con María…/…nuestra afectuosa admiración) «La visita» (Y mientras su novia reía…/ No es tan difícil.) «Verlo para creerlo» (En el centro del círculo…/ ¡Tan viejo en la Casa!) «Les jours s’en vont…» (Una casa embozada en ocres desteñidos…/…, con inútil rumor.) «Tarde de fútbol» (Padre, cada día le veo más interesado…/…, se alejó renqueando) «La despedida» (Habitación 56 del «Hotel Viena»./ Y tiene cara de no haber pegado un ojo en toda la noche) «El espectro» (El Señor seguía multiplicando…/…el Señor provee un preciso amanecer.) «Combate de semifondo» (Y en el combate de semifondo…/-¡Que venga Eulalia, soy un gran boxeador!) «Novios» (Llegué satisfecho…/…-Y¿cómo lo hiciste? -Así.) «El presidente» («El presidente en franca mejoría»/ ¡Dios mío! ¡Dios mío!) «La trampa» (Una llovizna indolente resbalaba…/ Y la lluvia dale que dale… dale que dale… ) «El suicida» (Morir. Acabar con todo…/ Y en la mano retiene el botón caído, como una esperanza) «Mala suerte» (Carmen y Julio esperaban que el viaje de novios…/…como un hecho inútil que no requiere explicación.) «El pueblo» (-San Eulogio no te abandonará, hijo./…era un tontaina que no comprendía nada) «El naufragio de La Esperanza», 22 de octubre de 1952./ Las voces del hombre ya no se oyen.)

En La lumbre y las tinieblas (Ed. Plaza-Janés. Barcelona, 1966): «El pecado» (Todo estaba en convencerse…/ Y su mano le roza la rodilla.) «Piedad» (-No entiendo cómo podían vivir…/ -Mamá… , Mamá.) «El robot de Madame» (La marquesa vivía sola…/… y ni siquiera era capaz de dar sombra.) «El traje a punto para estrenar» (Mi amigo me miró certeramente…/… habrá alcanzado un raro esplendor cultural.) «El prójimo» (Marcelino Melendres sacudió con precisión…/ Y, asustado, asió la mano de su esposa.) «El aparecido» (El temor acompañaba la jornada activa…/…les dio, cortés, los buenos días.) «El cuadro» (Su marcha a la «Pensión Bosch»…/ La noche en aquella casa no quería asustar a nadie.) «Doble vista» (A las cinco de la tarde…/… tuvo que secarse las lágrimas) «El vampiro prestado» (Sergio Vian llegó a ser detective sin proponérselo./…, temo que puede sucederme alguna desgracia.)

En Velatorio para vivos (1.ª edición: Plaza-Janés. Barcelona, 1977. 2.ª edición: Plaza-Janés. Barcelona, 1985): «El horóscopo truncado» (-¿Un poco más de coñac? / …, era, querido amigo, prometedoramente larga.) «Fin de semana» (-Hoy se imponen sistemas científicos./… es a medirme con fantasmones.) «Los dos miedos» (Doña Elvira era una anciana./…el gas es realmente muy peligroso!) «Ultima voluntad» (La distinguida y noble dama…/ Y cada golpe de tos era como un insulto.) «El mensaje» (-Es inútil negar, a esas alturas…/ Bien, ya he tomado mi dosis cotidiana de muerte.) «Delincuentes» (¡Qué desagradable resulta un interrogatorio! / instintivamente se llevó una mano a la mejilla.) «El gran juego» (La velada intimidad del saloncillo tenía misterio,…/…serenos y puros como una dicha infantil.)

b) En revistas y periódicos

1. «La carrera» (La vejez de las cosas entristece./ No quiero clientes que paguen en especia) Papeles de Son Armadans. N.º 31. Octubre de 1958. Págs. 91 a 98.

2. «El robot de Madame» (La marquesa vivía sola…/…y ni siquiera era capaz de dar sombra.) Papeles de Son Armadans. N.º 122. Mayo de 1964. Págs. 187 a 196.

3. «El horóscopo truncado» (-¿Un poco más de coñac? /…, era, querido amigo, prometedoramente larga.) Mystery Magazine. Enero de 1965. Págs. 113 a 125.

4. «El valor» (El viejo cuartel «El libertador»,…/…agitó los pliegues de la bandera.) Papeles de Son Armadans. N.º 148. Págs. 73 a 82.

5. «Los dos miedos» (Doña Elvira era una anciana./ … el gas es realmente muy peligroso!) Mystery Magazine. Mayo de 1968. Págs. 41 a 48.

6. «Muñeca moderna» (Comprar juguetes…/ me sentí mejor) Archivos Médico Biográficos. Año 7.°, 2.ª época. N.º 142. Págs. 7-10. 1968 (no consta el mes).

7. «Los que regresan» (La entrevista con el doctor Andrade…/ La pobre murió sin saber que nos salvamos.) Papeles de Son Armadans. N.º 242. Mayo de 1974. Págs. 179 a 192.

8. «El engaño» (Tarde de otoño./ Ya voy, hijo. Ya voy.) ABC 24 de Enero de 1981.

9. «El óbolo de Caronte». (Hada ya largo rato…/… el cadáver le sacara la lengua.) Turia. N.º 14 Junio de 1990. Págs. 43 a 49.

c) Antologías

«Le village» (Saint Eulogio ne t’abandonnera pas…/…était un sot qui no comprenait rien.) Cahiersdes Saisons. N.º 20 L’Espagne même. Numéro Spécial. Julliard. París, 1960. Págs. 588 a 589.

«Un traje a punto para estrenar» (Mi amigo me miró certeramente…/…habrá alcanzado un raro esplendor cultural.) Cuentos humorísticos. George G. Harrap and CO. LTD. Selected and edited by J.R. Jump. Págs. 46 a 63. Londres, 1970.

«El valor» (El viejo cuartel «El Libertador»,…/…agitó los pliegues de la bandera.) Manifiesto Español o una Antología de Narradores. Antonio Beneyto. Eds. Marte. Págs. 392 a 398. Barcelona, 1979.

«Traje a la medida» (Mi amigo me miró certeramente…/…habrá alcanzado un raro esplendor cultural.) Cómo ríen los españoles. León Ignacio. Págs. 46 a 55. PlazaJanés. Barcelona, 1979.

«Drasa» (El valor) Ispanul Noveles. Bronius Dovydaitis. Págs. 221 a 227. Vilnus, 1984.

«El tonel de las Danaides» (Amalia Grimaldi de Ortega era insaciable/ Ahora que iba a contarle lo mejor de la historia…) Antología del cuento español 1985. Ramón Hernández y Luis González del-Valle. Colección Ambos Mundos-Siglo XX. Society of Spanish and Spanish-American Studies. Págs. 207 a 219. 1986.

d) Otros trabajos

Antología de Cuentos Literarios del I Premio «Leopoldo Alas».

Prólogo y comentario de cada uno de los cuentos, en colaboración con Enrique Badosa. Ed. Rocas. Barcelona, 1955.

e) Galardones

Premio «Don Juan Manuel», Barcelona, 1962. Cuento: «El prójimo».

Premio «Hucha de Plata», Madrid, 1977. Cuento: «El engaño».

Premio «Hucha de Plata», Madrid, 1986. Cuento: «El óbolo de Caronte».

Premio «Hucha de Plata», Madrid, 1990. Cuento: «Encuentro».

Esteban Padrós de Palacios
Barcelona, julio 1990

El presente texto aparece como epílogo en «Los que regresan».